"Tales ideologías —nacionales, religiosas, económicas, etc.— constituyen formas de autoengaño colectivo; las víctimas de la clase gobernante —los proletarios y los campesinos— se las asimilan como parte de su educación normal, de la visión general de la sociedad antinatural, y así llegan a considerarlas y aceptarlas como elementos objetivos, justos, necesarios, del orden natural que explican las pseudociencias creadas con ese fin."
"Por puros que sean sus motivos, los mutualistas, los «verdaderos socialistas», los anarquistas místicos, son por lo tanto enemigos más peligrosos del proletariado que la burguesía, pues ésta es por lo menos un enemigo declarado, de cuyas palabras y hechos los trabajadores pueden aprender a desconfiar. Pero aquellos otros que proclaman su solidaridad con los trabajadores y suponen que siempre existen intereses universales de la humanidad como tales, comunes a todos los hombres —que los hombres tienen intereses independientes de su afiliación a determinada clase, o que trascienden a ésta—, diseminan el error y la oscuridad en el mismo campo proletario, y así lo debilitan para la próxima lucha."
"La liberación gradual de la humanidad ha seguido una dirección definida, irreversible: toda nueva época se inaugura con la liberación de una clase hasta entonces oprimida, y ninguna clase, una vez destruida, puede retornar. La historia no se desplaza hacia atrás ni en movimientos cíclicos, sino que todas sus conquistas son finales e irrevocables."
"Su lucha resulta así no ya una lucha por los derechos naturales de un particular sector de la sociedad, pues los derechos naturales no son más que la formulación ideal de la actitud burguesa frente a la santidad de la propiedad privada; los únicos derechos reales son los que confiere la historia, el derecho de desempeñar el papel históricamente impuesto a la clase a la que uno pertenece. En este sentido, la burguesía tiene plenos derechos a librar su batalla final contra las masas, pero su empeño está desahuciado de antemano: necesariamente ha de sucumbir, como en su hora fue derrotada la nobleza feudal. En cuanto a las masas, luchan por la libertad no porque así lo decidan, sino porque deben hacerlo o, más bien, así lo eligen porque deben hacerlo: luchar es la condición de su supervivencia; el futuro les pertenece y, al luchar por él, luchan, como toda clase en ascenso, contra un enemigo destinado a perecer y, por lo tanto, luchan por toda la humanidad. Pero al paso que todas las otras victorias llevaban al poder a una clase sentenciada a desaparecer al fin, a este conflicto no sucederá ningún otro, pues está destinado a acabar con la condición de todas esas luchas al abolir las clases como tales, al disolver el mismo estado, hasta entonces instrumento de una clase única, en una sociedad libre porque en ella no hay clases. Ha de hacerse comprender al proletariado que no es posible ninguna transacción verdadera con el enemigo, que, si bien puede concertar con éste alianzas temporales a fin de derrotar a un adversario común, en última instancia ha de volverse contra él."
Capítulo 7: Exilio en Londres: la primera fase
Tema 1/2 Marx abandona la idea del golpe de Estado liderado por los representantes del proletariado en aras de la revolución proletaria
"Los desastres de 1848 no conmovieron para nada las creencias teóricas de Marx, pero lo obligaron a revisar seriamente su programa político. En los años 1847-48 influyó tanto en él la propaganda de Weitling y Blanqui que comenzó a creer, contra su natural inclinación hegeliana, que podría realizarse una revolución coronada por el éxito mediante un golpe de estado llevado a cabo por un grupo reducido, pero resuelto, de revolucionarios adiestrados que, después de tomar el poder, podrían mantenerse en él, constituyendo ellos mismos el comité ejecutivo de las masas en cuyo nombre obraban. Este grupo funcionaría como punta de lanza del ataque proletario. Después de años de servidumbre y oscuridad, no podía esperarse que las grandes masas de la clase obrera estuvieran maduras para gobernarse a sí mismas o para dominar y destruir a las fuerzas a las que habían desplazado. Consecuentemente, había de constituirse un partido que funcionara como una élite política, intelectual y legislativa del pueblo, y que gozaría de la confianza de éste en virtud de su desinterés, su superior esclarecimiento y su percepción práctica de las necesidades de la situación inmediata, que, en fin, fuese capaz de guiar los titubeantes pasos del pueblo durante el primer período de su primera libertad. Denominó a este necesario interludio estado de revolución permanente; la conduciría la dictadura del proletariado, clase revolucionaria que prevalecería sobre el resto «como un necesario paso intermedio para llegar a la abolición de todas las distinciones de clases, a la abolición de todas las relaciones productivas existentes en que descansan tales distinciones, a la abolición de todas las relaciones sociales que corresponden a estas relaciones productivas y a la completa inversión de todas las ideas que derivan de semejantes relaciones sociales». Pero aquí, si bien el fin era claro, los medios para alcanzarlo eran relativamente vagos. La dictadura del proletariado dominaría el estado de «permanente revolución», pero ¿cómo había de cumplirse este estadio y qué forma iba a tomar? No hay duda de que hacia 1848 Marx pensó que lo produciría una élite que había de nombrarse a sí misma; ésta no trabajaría en secreto, como quería Blanqui, ni estaría encabezada por una única figura dictatorial, como ocasionalmente propuso Bakunin, sino que sería, como Babeuf, quizás, la concibió en 1796, un reducido grupo de individuos convencidos e implacables que ejercerían el poder dictatorial y educarían al proletariado hasta que éste alcanzara un nivel en que pudiera comprender su propia tarea.
Por ello Marx había propugnado en Colonia en 1848-49, una alianza temporal con los dirigentes de la burguesía radical. En este estadio, la pequeña burguesía que luchaba contra la presión de las clases que estaban inmediatamente por encima de ella, era la aliada natural de los trabajadores; pero como era incapaz de gobernar por su propia fuerza, cada vez dependería más del apoyo de los obreros hasta el momento en que los obreros, ya amos económicos de la situación, conquistaran las formas oficiales del poder político, ya por un golpe violento, ya por presión gradual. Esta doctrina (cuya más clara formulación se halla en el mensaje de Marx de 1850 a la Liga de los Comunistas) es bien conocida porque (revivida por el agitador ruso Parvus) en 1905 Trotski urgió su aplicación, la adoptó Lenin y, en 1917, ambos la pusieron en práctica en Rusia con la fidelidad más literal. Empero, el propio Marx la abandonó a la luz de los sucesos de 1848, por lo menos en la práctica, en ciertos aspectos vitales. Gradualmente fue descartando toda la concepción de la toma del poder por una élite, la que se le aparecía impotente para lograr algo frente a un ejército regular hostil y a un proletariado ignorante y falto de adiestramiento. Los dirigentes de los obreros no carecían de coraje ni de sentido práctico, pero de todos modos les hubiera resultado completamente imposible permanecer en el poder en 1848 contra las fuerzas combinadas de los realistas, el ejército y la alta clase media. A menos que el proletariado como conjunto adquiriera conciencia del papel histórico que le correspondía desempeñar, sus conductores serían impotentes. Podían provocar un alzamiento armado, pero no podrían retener los frutos de éste si no contaban con el arpoyo consciente e inteligente de la mayoría de la clase trabajadora. Consecuentemente, la lección vital que enseñaban los sucesos de 1848 era, según Marx, que el primer deber de un dirigente revolucionario consiste en sembrar entre las masas la conciencia de su destino y de su tarea. Éste es un proceso largo y laborioso, pero, a menos que se lleve a cabo, nada se logrará como no sea el derroche de energía revolucionaria en estallidos esporádicos dirigidos por aventureros o exaltados que, al no contar con una base real en la voluntad popular, han de ser inevitablemente derrotados, después de un breve período de triunfo, por las repuestas fuerzas de la reacción; a ello se agrega la brutal represión subsiguiente que paralizará al proletariado por muchos años. Por estos motivos se negó a apoyar, en vísperas de su estallido, la revolución que desembocó en la Comuna de París en 1871, si bien luego, y sobre todo por motivos tácticos, le dedicó un conmovedor y elocuente epitafio."
Tema 2/2 Marx abandona la alianza con la burguesía (como señala en el Manifiesto del Partido Comunsta) y opta por la pureza ideológica y táctica:
"De ahí su continua insistencia, en años posteriores, en conservar la pureza del partido, en mantenerlo lejos de todo enredo que pareciera una transacción. La política de expansión gradual y la lenta conquista del poder a través de reconocidas instituciones parlamentarias, acompañadas por una presión sistemática en escala internacional sobre los patronos por conducto de los sindicatos y organizaciones similares, como medio de asegurar mejores condiciones económicas para los trabajadores —y esto es lo que caracteriza la táctica de los partidos socialistas a fines del siglo XIX y principios del XX—, fue el producto legítimo de los análisis de Marx acerca de las causas de la catástrofe del año revolucionario de 1848.
Su principal objetivo —la creación de condiciones en las cuales fuera viable la dictadura del proletariado, «la revolución permanente»— no sufrió modificación alguna; la burguesía y todas sus instituciones estaban inevitablemente sentenciadas a la extinción. Acaso el proceso durara más de lo que había supuesto originariamente y, en tal caso, había de enseñarse al proletariado a ser paciente; sólo cuando la situación estuviera madura para una intervención, los dirigentes habían de llamar a la acción; entre tanto, debían dedicarse a reunir, organizar y disciplinar las fuerzas obreras de modo que éstas estuvieran prontas para cuando llegara la crisis decisiva. La historia ha ofrecido un comentario irónico sobre el particular: los caudillos de la revolución comunista rusa (país donde, sea dicho de paso, Marx no creía que su teoría fuera aplicable), al obrar de conformidad con la descartada opinión de 1850 y al encender la mecha cuando las masas populares no estaban evidentemente maduras para su tarea, por lo menos lograron prevenir las consecuencias de 1848 y 1871; en cambio, los alemanes ortodoxos y los socialdemócratas austríacos, fieles a la última doctrina de su maestro, obraron cautelosamente y gastaron sus energías educando a las masas para la misión que les esperaba, y fueron abatidos por la reorganizada clase reaccionaria, cuya fuerza debería haber socavado mucho antes, y fatalmente, la marcha de la historia y el constante trabajo de zapa por parte del proletariado."
"Berlin, Isaiah. Karl Marx: su vida y su entorno. Madrid, Alianza Editorial, 2007 [1939].