03 febrero 2021

1984

Debí enterarme del autor y la novela en 1984. Recuerdo que casi no había periódico o revista que le dedicara un artículo. Era el año Orwell. Desde entonces lo tenía como uno de mis pendientes.

Antes, sin embargo, quedé deslumbrado por Rebelión en la granja, escrito en 1945. Es un libro lleno de imágenes poderosas. Una de las que más me llamó la atención fue la transformación de los tiernos cachorros en agresivos mastines.

Después seguí (continuo siguiendo), de manera esporádica y sin ningún orden, con el voluminoso Ensayos, que aun no termino de leer.

Por fin, a finales de enero 2020 empecé 1984 (los reseñadores atribuyen el título a la inversión de los dos últimos dígitos, habida cuenta que fue publicado en 1949) y lo terminé el 03.02.2021, en la traducción de Miguel Temprano García, con introducción de Umberto Eco (Orwell, o la energía visionaria) y epílogo de Thomas Pynchon.

El libro se lee rápidamente y trata, como se ha dicho muchas veces, sobre el totalitarismo basado en la persecución y el dolor (siendo comparado con Huxley, cuya distopía se basa en el control a través del placer). Para ello es indispensable tener a la sociedad en estado de excepción permanente. Con razón, la Corte Suprema de Colombia restringió al Poder Ejecutivo de su país la adicción a declarar constantemente el estado de emergencia, a pesar que sobrarían razones para entenderlo. Por eso muchos comentaristas han recurrido a esta obra para advertirnos en el pretexto que se puede convertir la pandemia COVID-19 para nuestros días.

Como dice el escritor italiano, 1984 no es una obra maestra. Sin embargo, mantiene siempre esas imágenes tan fuertes, como los dos minutos de odio (en contraposición al respetuoso minuto de silencio que conocemos. Todavía es más fuerte la tercera y última parte, sobre todo la escena final, que deja al lector con una sensación casi física de dolor y humillación. Recuerdo haber leído descripciones de tremendas palizas (por ejemplo, en Conversación en La Catedral, los golpes que recaen sobre el joven aprista, si la memoria no me falla). El objetivo siempre es dominar al rebelde. Pero aquí pareciera trascender el  envilecimiento y la degradación.

No se puede sino sentir cariño por Winston y Julia. El inicio de su relación es abrupto, pero luego el autor se las ingenia para normalizarla. Pynchon apunta: "[...] la historia de amor de 1984 puede mantener su tono adulto y real, aunque a primera vista parezca seguir la fórmula familiar de a chico le desagrada chica, chico conoce a chica, chico y chica se enamoran casi sin darse cuenta, luego se separan y por fin vuelen a encontrarse".

O´Brien genera una maligna fascinación. A no dudarlo, mucho de los actores que han encarnado personajes de esa naturaleza deben haberse apoyado en la descripción, muy visual, de sus gestos.

El mismo día que terminé la novela vi la película en la versión de 1956, con Edmond O´Brien y Jan Sterling, dirigida por Michael Anderson. Existe una versión personificada en John Hurt que no he visto aún.

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