La lectura de la biografía de Perón y la guerra civil argentina de los setenta, escritos por Nicolás Márquez, se ve muy bien complementada por este libro que desarrolla el acto público fundacional de los Montoneros.
Extraña obsesión de los argentinos beligerantes de aquellos días con los cadáveres y sus manos. Entre los varios casos que se apuntan, quién sabe si la profanación de las extremidades del general se debió a que durante su primer mandato había jurado cortarse las manos si pedía préstamos al extranjero. Tal vez, años después, un memorioso ayudó al cuerpo inerme cumplir la promesa.
Márquez advertía que la (mal) llamada década infame solo tenía de tal el nombre porque fue una época (anterior al primer Perón) de crecimiento económico. Ya trasladado a los setenta (durante el segundo Perón), O´Donnell también lo destaca:
«Esa efervescencia de las fuerzas de izquierda no se daba en el contexto de una crisis económica: aunque a la distancia suene curioso, se produjo al cabo de una década de crecimiento sostenido. Según el sociólogo Daniel Schteingart, aquella Argentina atravesada por la violencia política mostraba indicadores de relativo bienestar. Había movilidad ascendente, el poder adquisitivo de los trabajadores subía, la pobreza alcanzaba al 11% de la población, la más baja de la que se tenga registro. El país no exportaba solo materias primas: el 25% de lo que le vendía al mundo eran manufacturas. Hasta 1975, cuando la tendencia comenzó a revertirse, existía un desarrollo no demasiado distante de algunos países europeos. Pero el crecimiento capitalista en democracia no era suficiente para los jóvenes que querían la revolución socialista, y la veían a la vuelta de la esquina.»
Discrepan en algunos enfoques. Por ejemplo, respecto a la Noche de los bastones largos, O´Donell la califica como represión brutal, en consonancia a la línea políticamente correcta. Para Márquez es una vulgar e insignificante toma de local universitario magnificado.
De alguna manera vuelven a coincidir respecto a la pintura bastante pobre de Perón.
En cambio, para Juan Bautista Yofre (a quien no he podido leer hasta ahora, pero me he vuelto asiduo a sus conferencias y entrevistas YouTube) Perón era un estadista. Sin embargo, el siguiente enlace es particularmente interesante. El Tata (que así es conocido el historiador argentino) resalta la virtud conciliatoria del segundo Perón. Por ejemplo, el abrazo público con Balbín (aunque Márquez señala con acierto que el mérito es del líder radical encarcelado más que del general cancerbero). Pero a la vez que pondera esa actitud nos dice, sin darse cuenta de la contradicción, que a Cámpora (su elegido) no le dirigía la palabra, inclusive en un almuerzo de tres personas. ¿Así se resuelven los temas políticos? Supuestamente, esta forma de humillación era porque estaba molesta con él. Posiblemente, pero me da la impresión que, adicionalmente, ello le servía para expresa su distanciamiento de los Montoneros sin tener que decirlo a fin de no romper con ellos (después de todo, todavía los necesitaba para ganar las elecciones presidenciales de su tercer mandato).
https://www.youtube.com/watch?v=7hTkeLJqCdg
O´Donnell, María. Aramburu. Editorial Planeta, 2020.