02 marzo 2013

Historia maravillosa de Roberto El Diablo, hijo del duque de Normandía, el cual después fue llamado Hombre de Dios

Nobleza obliga, dicen. Roberto el Diablo pertenece a esa estirpe que lo entiende y asimila después de una vida disipada (como los jóvenes Enrique V de Shakespeare y nuestro Pachacutec), aunque en su caso llega a niveles extremos de violencia.

No deja de ser interesante que cuando se convierte le es impuesta la penitencia de vagar por las calles de Roma aparentando ser un loco pacífico, comiendo de las sobras de los perros o de lo que logra arrancarles, objeto de la burla y el maltrato de niños y adultos. ¿Serían abusivos si Roberto El Diablo se mostrara conforme a su naturaleza anterior? Por supuesto que no.

Empero, su conversión no alcanza a tolerar judíos, aunque éstos se sienten a la mesa del emperador, y contra quienes muestras más que meras burlas, pero sin llegar a los extremos de su vida pasada. Después de todo, es un hijo de la época (y el emperador celebra divertido las extravagancias del loquito).

Luchas encarnizadas, descubrimientos dramáticos y el final del bien sobre el mal.

En esta obra no se debe buscar la psicología de los personajes, sino las viejas historias heroicas que todos hemos escuchado de niños.


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