28 abril 2013

Memorias de un soldado desconocido: autobiografía y antropología de la violencia

El soldado que lo tenía bajo la mira de su arma no lo remató. Vio que el guerrillero era un niño no mayor de catorce años, flaco y harapiento. Los ronderos exigen que se mate al terrorista. El teniente resiste la presión, lo lleva al cuartel y lo gana para las fuerzas del orden. El muchacho aprende a leer y se hace soldado. Ahora lucha contra sus ex compañeros de Sendero Luminoso. Más tarde dejará el Ejército para intentar la vida clerical. Cipriani, entonces arzobispo de Ayacucho, lo rechaza porque el joven no era virgen. Los franciscanos, en cambio, lo aceptan, inculcan en él el valor concreto de la solidaridad y despiertan su interés intelectual, lo suficiente para que encuentre su verdadera vocación. Inicia entonces estudios de antropología, llega becado a México y escribe Memorias de un soldado desconocido (IEP, 2012), apasionante autobiografía de Lurgio Gavilán Sánchez y estudio vivencial sobre antropología de la violencia en Perú durante los años ochenta e inicios de los noventa.

PARTE PRIMERA

A los doce años, siguiendo a su hermano mayor, se sumó a Sendero Luminoso. La vida espartana estaba compensada por la empatía generada con los pobladores de la Sierra, la cual se rompe en algún momento. ¿Cuándo? Al principio llegaban a los caseríos e impartían severa justicia contra quienes abusaban de los campesinos y se revelaban como informantes del Ejército, pero pronto algunos de los pobladores empezaron acusar de informantes a sus vecinos solo por rencillas personales. El proceso sumarísimo que aplicaba Sendero Luminoso no podía menos que incurrir en excesos, que los mismos campesinos rechazaban. El hambre obligaba proveerse de alimentos que eran expropiados a quienes suponían sus bases sociales. Los campesinos deciden defenderse y Sendero Luminoso los castiga indiscriminadamente. El Ejército, por su parte, cambia de política y se convierte en un apoyo de los pobladores. Los ronderos se arman para luchar contra Sendero Luminoso.

Diezmadas las fuerzas de Sendero Luminoso, ese niño, ahora de catorce años y analfabeto, es nombrado mando político de su grupo, toda vez que era el único que había alcanzado la categoría de "camarada",  (p. 93). No obstante, ya está pensando desertar, como lo han hecho otros compañeros, ya sea por el frío y el hambre o porque la severidad, a veces hasta la muerte, con que se hace el control interno está muy lejos de la camaradería inicial.

Durante un avance del Ejército, acorralado, se arroja al suelo para parecer muerto. El soldado que lo ve bajo la mira de su arma no lo remata. Los ronderos piden su muerte. El teniente resiste la presión y lo lleva al cuartel (p. 94-98).

PARTE SEGUNDA

Ya en el cuartel el teniente volvería a salvarle la vida. En cambio, las guerrilleras que servían de cocineras y desfogue sexual (p. 111), el terrorista de treinta años de edad (p. 111) y otros más (p. 112), no tuvieron igual suerte.

El teniente le da la oportunidad de estudiar (p. 102) y lo gana para las fuerzas de orden, que ciertamente podía ser un lugar de abuso jerárquico: descuentos injustificados (p. 106), homosexualidad (p. 108), comandantes irracionales (p. 115), prácticas salvajes (p. 116) que se contagiaban a la siguiente generación (p. 117).

Cuando se incorpora al Ejército ahora escucha de la violencia desde el otro lado:

"El sargento reenganchado conocido como Centurión era temido por los SL y las rondas campesinas; pues según ellos era un verdadero asesino y le gustaba meter electricidad a los presos. Caminaba como oficial; salía de la patrulla como jefe de los soldados. 
Le quería el comandante Baquetón (sobrenombre con el que lo conocíamos nosotros) porque atrapa a los SL. Este sargento reenganchado terminó ajusticiado por el Tribunal Militar porque mató a toda una comunidad." (p. 112)
O la ve él mismo (p. 112-113, 114).

En sus labores tiene contacto con el servicio que brindan las monjas y empieza a soñar con la ayuda desinteresada a sus paisanos.

Es un capítulo en el que no siempre se le tiene simpatía al autor.

No puedo evitar que los siguientes pasajes me hagan recordar la Hora azul de Alonso Cueto en la parte que relaciona sentimentalmente al alto mando con la terrorista: "Una de ellas dormía siempre con el oficial mayor y pocas veces se acercaba a la cocina" (p. 110), "A la chica que estaba con el oficial mayor también la escondieron (p. 111).


PARTE TERCERA

Habiendo sentido el llamado, se presentó ante el arzobispo de Ayacucho, Juan Luis Cipriani, que lo rechazó porque ya no era virgen (p. 127).

Los franciscanos, en cambio, lo aceptaron después de pasar las pruebas de rigor. Su concepto de Dios, sin embargo, me parece bastante distorsionado: "Dios era el bien y el mal" (p. 131).

Tal vez la parte más débil del libro.

PARTE CUARTA

El regreso a Ayacucho.

Gavilán Sánchez, Lurgio. Memorias de un soldado desconocido: autobiografía y antropología de la violencia. Instituto de Estudios Peruanos (IEP) y Universidad Iberoamericana; Lima, octubre 2012, p.166.

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