Acto segundo (primera escena). Mary.- (...) Aunque supongo que la vida le ha hecho así y que no puede evitarlo. Nadie puede pasar por alto lo que le hace la vida. Las cosas suceden sin que te des cuenta y luego se interponen entre lo que eres y lo que te gustaría ser hasta que acabas por no ser tú mismo (p. 117).
Me gustó la obra escrita, que leí poco antes de ver su escenificación (2013, mayo). Entiendo los recortes, hechos con mucha sabiduría, pues condensan las imágenes y aumentan su fuerza. El mejor ejemplo de ello es el final.
Me gustó la obra escrita, que leí poco antes de ver su escenificación (2013, mayo). Entiendo los recortes, hechos con mucha sabiduría, pues condensan las imágenes y aumentan su fuerza. El mejor ejemplo de ello es el final.
Lo único que me pareció innecesario fue la presencia fantasmal de
Eugene (aunque siempre valoro el riesgo de los directores al introducir
elementos de su propia cosecha).
Todavía espero ver El emperador Jones, la primera obra que leí de O´Neill y una de las que más me han impresionado.
Alonso Cueto ha escrito un comentario sobre la obra y la
puesta en escena, que, obviamente, me exime de alargar la página.
«La
acción transcurre en un solo día de agosto de 1912, desde las ocho y media de
la mañana hasta la medianoche. Sin embargo, la historia de los personajes se ha
fraguado desde hace mucho antes. Los cuatro miembros de una familia –dos padres
y dos hijos varones–, se aman y se odian con desesperación. El padre y los dos
hijos son alcohólicos mientras que la madre es adicta a la morfina. Todos son
sobrevivientes de sí mismos. Viven buscando al culpable y acusándose el uno al
otro por lo que ha ocurrido con sus vidas. ¿Quién tiene la culpa?, es una de
las frases repetidas. La conversación entre ellos es una forma por momentos
delirante de la confesión y la confidencia.
El largo viaje del día hacia
la noche, la obra maestra de Eugene O’Neill, que se presenta en el Centro
Cultural de la Universidad Católica, es una exploración en las relaciones
familiares como destinos irreparables. La pieza, dirigida estupendamente por Roberto
Ángeles, tiene un elenco de lujo, en el que la revelación es la actuación de un
joven Fernando Luque como Edmund.
¿Quién tiene la culpa? James,
el padre le echa la culpa a su hijo Jamie por su pereza. Este le echa la culpa
al padre por su avaricia y mezquindad (tiene la compulsión de apagar los focos
de luz del cuarto y de buscar un hospital barato para atender a su hijo). La
madre se echa la culpa por su negligencia al descuidar a su bebé muerto. El
tema de la culpa, que pertenece a la tradición puritana de la literatura
estadounidense, tiene aquí una función dramática. Es una clave de
reconocimiento entre los personajes. A lo largo de la obra, estos se acusan, se
insultan y de inmediato se piden perdón y se abrazan.
Estos saltos emocionales
permanentes aluden a la visión esencial de O’Neill sobre las familias y las
relaciones humanas: un juego en el que se confunden e interactúan el amor y
odio. “Te amo más de lo que te odio”, dice Jamie a su hermano Edmund y en una
confesión de hermano: “Quise que fracasaras para evitar que yo saliera
desfavorecido cuando nos compararan”. Si los demás se acusan por algún defecto,
Edmund es acusado por su misma existencia de niño enfermo, que causa angustias
en su madre. Sin embargo, en el estupendo monólogo de Edmund sobre sus
relaciones con el mar, la arena caliente y el cielo, asistimos a su liberación
(“Por un instante uno ve el secreto. Y viendo el secreto, se convierte en él”).
Al final, nadie tiene la culpa
de lo que pasó con ellos. “No me río de ti. Me río de la vida”, le dice Edmund
a su padre cuando este le confiesa su fracaso como actor. En el mundo de
O’Neill, la vida es la gran responsable. Sus personajes son marionetas que
buscan alguna dignidad y sentido en medio de un destino dado. Mientras tanto,
viven juntos, tratando de vencer su rencor, y en parte lo logran. Las
relaciones familiares, esencialmente autobiográficas, aparecen en Largo viaje
del día hacia la noche como indicadores de experiencias esenciales del ser
humano. Padres e hijos se rechazan y se necesitan, lo mismo que hermanos,
esposa y marido. La maravillosa escena final resuelve esta paradoja con una
imagen tan redentora como perdurable.»
O´Neill, Eugene. Largo viaje hacia la noche (con estudio
introductorio). Ediciones Cátedra S.A., Madrid, 1992 (segunda edición), páginas
217.
No hay comentarios:
Publicar un comentario