09 junio 2013

Largo viaje hacia la noche

Acto segundo (primera escena). Mary.- (...) Aunque supongo que la vida le ha hecho así y que no puede evitarlo. Nadie puede pasar por alto lo que le hace la vida. Las cosas suceden sin que te des cuenta y luego se interponen entre lo que eres y lo que te gustaría ser hasta que acabas por no ser tú mismo (p. 117).

Me gustó la obra escrita, que leí poco antes de ver su escenificación (2013, mayo). Entiendo los recortes, hechos con mucha sabiduría, pues condensan las imágenes y aumentan su fuerza. El mejor ejemplo de ello es el final.

Lo único que me pareció innecesario fue la presencia fantasmal de Eugene (aunque siempre valoro el riesgo de los directores al introducir elementos de su propia cosecha).

Todavía espero ver El emperador Jones, la primera obra que leí de O´Neill y una de las que más me han impresionado.

Alonso Cueto ha escrito un comentario sobre la obra y la puesta en escena, que, obviamente, me exime de alargar la página.
La familia O´Neill por Alonso Cuento en La República, 09.06.2013.

«La acción transcurre en un solo día de agosto de 1912, desde las ocho y media de la mañana hasta la medianoche. Sin embargo, la historia de los personajes se ha fraguado desde hace mucho antes. Los cuatro miembros de una familia –dos padres y dos hijos varones–, se aman y se odian con desesperación. El padre y los dos hijos son alcohólicos mientras que la madre es adicta a la morfina. Todos son sobrevivientes de sí mismos. Viven buscando al culpable y acusándose el uno al otro por lo que ha ocurrido con sus vidas. ¿Quién tiene la culpa?, es una de las frases repetidas. La conversación entre ellos es una forma por momentos delirante de la confesión y la confidencia.

El largo viaje del día hacia la noche, la obra maestra de Eugene O’Neill, que se presenta en el Centro Cultural de la Universidad Católica, es una exploración en las relaciones familiares como destinos irreparables. La pieza, dirigida estupendamente por Roberto Ángeles, tiene un elenco de lujo, en el que la revelación es la actuación de un joven Fernando Luque como Edmund.

¿Quién tiene la culpa? James, el padre le echa la culpa a su hijo Jamie por su pereza. Este le echa la culpa al padre por su avaricia y mezquindad (tiene la compulsión de apagar los focos de luz del cuarto y de buscar un hospital barato para atender a su hijo). La madre se echa la culpa por su negligencia al descuidar a su bebé muerto. El tema de la culpa, que pertenece a la tradición puritana de la literatura estadounidense, tiene aquí una función dramática. Es una clave de reconocimiento entre los personajes. A lo largo de la obra, estos se acusan, se insultan y de inmediato se piden perdón y se abrazan.

Estos saltos emocionales permanentes aluden a la visión esencial de O’Neill sobre las familias y las relaciones humanas: un juego en el que se confunden e interactúan el amor y odio. “Te amo más de lo que te odio”, dice Jamie a su hermano Edmund y en una confesión de hermano: “Quise que fracasaras para evitar que yo saliera desfavorecido cuando nos compararan”. Si los demás se acusan por algún defecto, Edmund es acusado por su misma existencia de niño enfermo, que causa angustias en su madre. Sin embargo, en el estupendo monólogo de Edmund sobre sus relaciones con el mar, la arena caliente y el cielo, asistimos a su liberación (“Por un instante uno ve el secreto. Y viendo el secreto, se convierte en él”).

Al final, nadie tiene la culpa de lo que pasó con ellos. “No me río de ti. Me río de la vida”, le dice Edmund a su padre cuando este le confiesa su fracaso como actor. En el mundo de O’Neill, la vida es la gran responsable. Sus personajes son marionetas que buscan alguna dignidad y sentido en medio de un destino dado. Mientras tanto, viven juntos, tratando de vencer su rencor, y en parte lo logran. Las relaciones familiares, esencialmente autobiográficas, aparecen en Largo viaje del día hacia la noche como indicadores de experiencias esenciales del ser humano. Padres e hijos se rechazan y se necesitan, lo mismo que hermanos, esposa y marido. La maravillosa escena final resuelve esta paradoja con una imagen tan redentora como perdurable.»


O´Neill, Eugene. Largo viaje hacia la noche (con estudio introductorio). Ediciones Cátedra S.A., Madrid, 1992 (segunda edición), páginas 217.

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