Nuevas lecturas desde las orillas, congreso internacional organizado por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) en octubre del 2019, con motivo de los cien años de su fallecimiento, despertó mi interés por Ricardo Palma. Digo "despertó" y no "volvió a despertar", porque, para ser sinceros, la etapa escolar se dedicó más bien a generar, de manera sistemática y con rara eficacia, un pacífico aborrecimiento contra su figura, acaso salvado por la característica fotografía de abuelito comprensivo.
Antes de empezar el evento me puse a leer las tradiciones mencionadas en el programa. Lo hice con ánimo histórico literario. Cuánta sería mi sorpresa de encontrarme disfrutando y hasta riendo de buena gana con textos que seguramente formaron parte de la aburrida antología escolar. ¿Qué había sucedido? Las más de veinticinco exposiciones del congreso internacional, todas de altísimo nivel, aunque ayudaron a potenciar mi novísimo interés, no terminaron de resolver la pregunta.
Permítanme ensayar una respuesta. Ricardo Palma es un autor de complicado acercamiento, por lo menos hasta la segunda década de nuestras vidas. A edad temprana es difícil captar su elegante ironía, y luego, durante la vertiginosa adolescencia, se le rechaza por la particular música de sus tradiciones, que puede confundirse con el tonito inicial de los cuentos de hadas (“Había una vez ...”). Pese a ello, su obra es recurrente durante la etapa escolar, ya sea por exaltación patria o como instrumento en el manejo del diccionario (cuya labor no permite, sencillamente, disfrutar el relato). Para completar el desencuentro, pareciera que alguien (profesor, compilador o un burócrata del Ministerio de Educación) se hubiera esforzado en escoger los textos menos relacionados con la vida diaria de los jóvenes.
El ánimo de inculcarnos amor a Perú hizo que se diera preponderancia a las tradiciones patrióticas. Sospecho que es un error bien intencionado.
¿Queremos inculcar amor a la patria? No aburramos a los chicos sino ayudemos a poner al autor al alcance de los jóvenes. Compensemos el tono moroso de las tradiciones (que el tiempo ayudará a disfrutar) con la fuerza de la historia que relata y las ironías que ejecuta con maestría y sutiliza. Para ello se requiere profesores activos, que ayuden a descubrirlas y enfrenten los temas de manera crítica.
Propongo dejar a un lado las buenas intenciones patrias y restablecer la identificación del autor con su público. Buscar textos actuales, por crudos que fueren (incluida las historias que hoy en nada diferencia las notas policiales), los cuales, seguramente, ni sospechábamos que estuvieran compuestas las famosas tradiciones.
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