La mañana del atentado contra Reinhard Heydrich, artífice de la Solución Final, todo pareció salir mal. Jozef Gabcik, atravesándose en el camino, logró detener el auto sin escolta. Inmediatamente extrajo de la gabardina una metralleta que alzó contra el Carnicero de Praga, pero la Stern se encasquilló antes de disparar una sola bala. Menos mal que por atrás vino Jan Kubis con una bomba que arrojó sobre el Protector de Bohemia y Moravia, pero que fue a caer a una de las llantas. El artefacto explotó y el vehículo se elevó a casi un metro para luego caer pesadamente. Y de la turbulencia de humo, polvo y ruido emergió, erguido y revolver en mano, la Bestia Rubia. Pateó la puerta desvencijada y bajó del auto apuntando a su agresor, que, estando delante de su objetivo y enfrentado a esa fracción de segundo que puede determinar la Historia en uno u otro sentido, se echó a correr como pudo escuchando a sus espaldas las balas. No mejor suerte tuvo Jan Kubis, que ya se había subido a la bicicleta sabiendo que durante los primeros diez o quince metros, en que tomaba impulso, era el hombre más vulnerable del mundo. El instinto de supervivencia lo hizo dirigirse cuesta abajo contra los pasajeros de un tranvía, que habían visto todo, con la falsa idea que un oficial de la SS tendría escrúpulos de disparar contra el escudo humano.
¿Así ocurrió? Binet se ha esforzado en documentarse y nos asegura que no hay hecho o diálogo contenido en la novela que no se haya producido en la realidad, y si en algún momento cede a la tentación de colorear alguna escena, él mismo se encarga de descubrirla, pues lejos del flaubertiano escritor invisible, el autor francés aparece a cada instante expresando sus dudas epistemológicas en medio del día a día, no ajena a sus relaciones sentimentales, las cuales terminan formando parte de su estrategia para capturarnos.
¿Qué sucedió antes y después con Heydrich y los paracaidistas? Eso es Historia.
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