Seguimos la vida y la época de Mussolini, desde que funda los Fasci italiani di combattimento (Milán, 1919) hasta el momento que se encumbra en la jefatura del gobierno y disuelve el Parlamento (Roma, 1924). No fue un camino fácil. Tuvo que controlar varias facciones al interior de la organización. Contrario a lo que pudiera pensarse, el fascismo era un movimiento descentralizado. Convertirlo a partido le costó al Duce hacer concesiones propias de un buen negociante, aunque sin muchas intenciones de cumplir los acuerdos.
Existen momento tragicómicos. Si el Rey hubiera autorizado el estado de sitio, la marcha sobre Roma habría acabado en una desbandada de brabucones. Pero mucho más fuerte era la imagen de tropas contundentes que había sabido proyectar Mussolini que la realidad misma. Mucho se ha criticado a Víctor Manuel III su falta de carácter, pero también pudo ser la actitud de un monarca constitucional que no deseaba derramar sangre y trataba de dejarse llevar por los caminos de la democracia, aunque la italiana exigía más un condutcor.
En cambio, la muerte del diputado Matteotti, y la de muchos dirigentes, muestran el lado suicida de un país que toma esta opción (ya sea de Izquierda o Derecha).
Cómo se explica que una sociedad tolere y hasta llegue a venerar a un grupo violento y extremista. Sencillamente, porque se entiende que está combatiendo a otro grupo violento: los comunistas de aquella época, cuyo excesos, tanto en huelgas como en prepotencia individual y grupal, pero sobre todo, en la amenaza de una revolución -amenaza muy presente debido a la entonces reciente Revolución rusa-), generó simpatía por el opositor fascista.
Ello nos debe hacer reflexionar, pues con mucha facilidad se llama fascista al político de ideas derecha extrema, pero que carece de cualquier ánimo violentista. Esto es último hace la diferencia.
Propio de un historiador, es una biografía en el que hasta los pensamientos se encuentran documentados.
Scuratti, Antonio. M. El hijo del siglo. Alfaguara, 2020.
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