10 marzo 2011

Discurso de la Academia Sueca

Discurso del escritor sueco, Per Wästberg, Presidente del comité de entrega del premio Nobel de literatura, el 10 de diciembre de 2010.

La escritura de Mario Vargas Llosa ha dibujado una imagen de Sudamérica y tiene su propio capítulo en la historia de la literatura contemporánea. En sus primero años como escritor, fue un renovador de la novela. Hoy, es un poeta épico de estatura mundial. Su largo brazo contiene todos los géneros literarios.

Es difícil de clasificar. De la provinciana ciudad de Arequipa, emergió un ciudadano del mundo. Un marxista transformado en liberal por los desaguisados de Castro. Un candidato presidencial derrotado que aparece después en los sellos postales de su país. Un poeta épico e historiador, un satírico, un erotizante, un ensayista y columnista que aborda la mayoría de temas, incluyendo el fútbol y el miedo a volar. Como periodista de temas mundiales álgidos, nos recuerda a Graham Greene.

Vargas Llosa nos ha llevado a través de ambientes que desconocemos con la autenticidad de un explorador del siglo XIX, que vincula la tradición narrativa de Balzac y Tolstoi con experimentos modernistas de William Faulkner.

La rebeldía contra un padre autoritario desató una oposición contra las circunstancias que se extendió en una escapada joven a la literatura y la imaginación. El rebelde sigue siendo su protagonista, también en las formas de Flora Tristán y de su nieto Paul Gaugin luchando contra las convenciones de su época o la del irlandés Roger Casement, que en una nueva novela de Vargas Llosa expone la esclavitud en el Congo de Leopoldo II de Bélgica.

La rebelión tiene éxito solo como narrativa; en tanto existan padres tiránicos en nuestras vidas y sociedades, la rebeldía seguirá siendo permanente.

Vargas Llosa utiliza la ficción para penetrar los ropajes del poder y explorar las obsesiones de sus explotadores. Las salas de los internados y los pasillos de los ministerios contra los indomables habitantes que viven al aire libre, aunque estos últimos pocas veces triunfen cuando desafían las reglas y las imposiciones. La historia aplasta a los personajes de Vargas Llosa, pero no a sus conciencias.

En América Latina, los escritores tienen la obligación moral de no colaborar con la injusticia. Pero la raigambre de! compromiso puede paralizar el deseo y la imaginación. Las novelas de Vargas Llosa nunca se someten ante las dictaduras, son polifónicas y abiertas a la interpretación. Hacen hincapié en la diversidad de los patrones sociales y étnicos de América Latina. Les da voz a los silenciados y oprimidos, un logro estético de un acto ético. Tiene un interés sin reservas en las personas, desde los presidentes hasta las prostitutas. Nada le resulta ajeno, desde la arrogancia de los estadistas hasta las tramas más sutiles del amor.

En su tenebrosa picaresca La guerra del fin del mundo, Vargas Llosa está fascinado con los fanáticos y su visión del mundo. Un profeta prevé el fin del mundo en 1900 y reúne un ejército de andrajosos desclasados contra el ejército de Brasil. Un fanático, Mayta, en la Historia de Mayra, es un indio cuarterón de una secta izquierdista y clandestina, que es primero idealista y luego terrorista en un Perú al borde de la desintegración. Se trata de una confrontación con el romanticismo revolucionario juvenil. Y es que el fango de abismos sociales es donde Vargas Llosa nos ha llevado con serena agilidad lingüística desde sus primeras neveras, La ciudad y los perros y La casa verde.

Una novela muy posterior de Vargas Llosa sobre el abuso de poder, La fiesta del Chivo retrata al tirano de la República Dominicana, Trujillo. El despotismo y el servilismo son retratados con brutal intensidad. Los errores equilibrados con compasión y humanidad. Entre los detalles extraños está la revelación de que el dictador coactó a los poetas del país para que pidieran a la Academia Sueca le otorgue a su escasamente culta esposa el premio Nobel de Literatura.

Mario Vargas Llosa percibe muy bien la insensatez de la inocencia y el letargo del mal. Tiene una habilidad poco común para describir la amistad de los hombres, el castigo sádico y la vanidad jerárquica. Prefiere un compromiso de sentido común a las utopías radicales.

En su libro sobre Flaubert, Vargas Llosa, con franqueza, afirma que él y Emma Bovary tienen en común "nuestro gusto por los placeres de la carne y no del alma, nuestro respeto por los sentidos y por los instintos, nuestra preferencia por esta vida terrenal sobre todo lo demás".

Él escribe sobre el amor y su ausencia. Sobre la seducción de la violencia y el raro triunfo de la justicia. En sus entretenimientos eróticos es un rufián lúdico sin miedo a burlarse de sí mismo, o como él mismo expresó: no hay gran arte sin una medida de locura, ya que el gran arte explica la totalidad de la experiencia humana, donde la intuición, la obsesión, la locura y la fantasía desempeñan su papel al igual que lo hacen las ideas.

Vargas Llosa cree en la fuerza de la literatura. Sin la literatura no se podrían representar las posibilidades de la humanidad ni lugares escondidos. Es un baluarte contra los prejuicios del racismo y el nacionalismo intolerante, ya que en toda la gran literatura los hombres y mujeres de todo el mundo están igualmente vivos.

Es más difícil reprimir a un pueblo que lee mucho. Así que él ha luchado por la libertad de expresión y los derechos humanos independientemente de la geografía, y lo ha hecho con una pasión por la libertad, con valentía política y con sentido común, que no siempre están en armonía en los escritores importantes.

En una época de narcisismo tedioso, él es lo que Zola, André Gide y Camus encarnaron: un ejemplo y un precursor.

(En español en el original)

Estimado Mario Vargas Llosa, usted ha encapsulado la historia de la sociedad del siglo XX en una burbuja de imaginación. Ésta se ha mantenido flotando en el aire durante cincuenta años y todavía reluce. La Academia sueca le felicita. Acérquese y reciba el premio Nobel de Literatura de este año de la mano de su majestad el rey.


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