Más que haber presenciado una obra teatral, salí con la sensación de haber vivido una experiencia doméstica extrema, como si hubiera visitado la casa de una familia amiga y de pronto encontrara que la conversación estuviera cargándose de desavenencias cada vez más íntimas, que en circunstancias normales obligaría a excusarme para que sus miembros resuelvan las diferencias entre sí.
Pero no estamos ante circunstancias normales, porque la directora, literalmente, coloca a los espectadores contra la pared, rodeando la sala donde se desarrolla la obra, a poco más, poco menos, de un metro de los actores. La distancia que separa a unos de otros casi viola el espacio personal, lo cual acrecienta el efecto agobio (de los espectadores, por supuesto, ¿de los actores también?).
La distribución de los asientos, pues, ha sido una decisión exitosa y sumamente estimulante. ¿Cambiaría algo si la directora hubiera adoptado el formato tradicional (cuarta pared)? Por momentos me digo que sí, por momentos me digo que no. La responsable de mis dudas es la autora de la obra.
Mariana De Althaus conoce la condición humana y, por ende, anticipa la reacción de los espectadores a través de revelaciones sabiamente dosificadas, giros dramáticos, ambigüedades irresueltas, situaciones que se concentran hasta el punto de ebullición, momento en que, intempestivamente, una chispa de humor alivia la tensión, solo para iniciar la crispación otra vez. Una montaña rusa de emociones (frase que me parece ya le ha sido dedicada a la autora respecto de otra obra). Y todo ello no varía, ya sea que los asientos rodeen la sala o se encuentren al frente.
Al acabar la obra y ponernos en pie, vi a más de uno recobrar el ritmo normal de respiración y yo, al salir de la casa, recibí muy bien la bocanada de aire barranquino (tan aliviado como si hubiera dejado a una familia amiga que resuelvan sus diferencias entre sí).
Creo que todo lo dicho lo expresan con mejor oficio Jeremías Gamboa y Alonso Cueto, a quienes cito a continuación.
"Un
drama de calado profundo y sin medias tintas y a la vez una comedia negrísima.
Un relato conmovedor y también un cuento macabro de Navidad. Las cuarenta
personas que presenciamos ayer el estreno de El sistema solar salimos
conmovidas y transformadas.
El efecto de estar pegado a una de las paredes de esa sala barranquina en la
que la familia Del Solar orbita alrededor del eje de un impresionante Gustavo
Bueno es de una intensidad subyugante. Qué tal tragicomedia y qué vértigo y qué
privilegio el de estar a solo un metro, medio metro, o centímetros, del trabajo
de actores que dejan de serlo para ser gente de carne y hueso. Mariana de
Althaus nos ha sometido a una experiencia completa. Imperdible,
realmente."
(Jeremías Gamboa)
"Vi
la obra el domingo y quedé impresionado por el gran talento de Mariana de
Althaus por potenciar la ferocidad doméstica y establecer un ritual de
revelaciones y de confrontaciones. Los personajes están marcados y sentimos
alternativamente simpatía y
rechazo por ellos. El texto sigue cursos alternativos de humor y drama, con la
conciencia de que la locura va rondando a todos. Un espectáculo vibrante con
grandes actuaciones."
(Alonso Cueto)
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