¿Cómo es posible que, cuando leo «Chuschi», yo no lo relacione con el pueblito ubicado a 112 Km. de Huamanga, departamento de Ayacucho, donde Sendero Luminoso inició sus acciones armadas el 17 de mayo de 1980, un día antes de las elecciones que restituyeron la democracia en Perú, prendiendo fuego a veinticuatro ánforas, padrones y cédulas de votación?
No basta saber que aquello sucedió, sino que sucedió en Chuschi, un lugar que al 2017, y seguramente también al 2021, se mantiene desconectado del país como lo estuviere en aquella fecha.
Me entero del nombre del pueblito al final del libro y, en las pocas páginas que faltan para terminarlo, se relata la crudeza del primer asesinato senderista. Fue contra Benigno Medina del Carpio. Su hijo, apenas un niño, logró escapar, no sin antes, trepado en un árbol, oír los gritos dolorosos de su padre. La cobardía de la que injustamente se acusaría así mismo lo persiguió hasta hundirlo en el alcoholismo. Lo superó y recayó más de una vez, hasta su temprana muerte.
Pero ese horror solo se siente al final del libro. Hasta ese punto, el autor se enfrenta al problema que tienen los biógrafos: cómo hacer para no transmitir simpatía por seres abominables al relatar el período anterior a sus actos nefastos. Jara se cuida, a través de adjetivos, de dejar en claro la insania de Abimael Guzmán Reinoso.
Empero, mientras tanto, nos relata su vida. Manuel Rubén Abimael nació hijo natural, con todo el estigma de la bastardía. Pronto su joven madre tiene que deshacerse de él para mantener su nueva relación. El niño es encargado a familiares y pasa de casa en casa y de provincia a provincia. De Chimbote (el último lugar donde vio a su madre) llega al Callao para continuar sus estudios escolares a cambio de ser el mandadero de la familia. Tenía diez años de edad (p.31). El niño aseaba la casa, hacía los recados y partía al colegio. Era muy inteligente para los estudios. Por sombría coincidencia, estuvo inscrito en el Colegio Nacional Dos de Mayo una década antes que Víctor Polay Campos, líder terrorista del MRTA, ocupara las mismas carpetas.
Ya adolescente, es admitido en la próspera casa de su padre. Pero no será él, sino su madrastra la que lo hará sentir como un hijo querido.
A la par, el autor nos cuenta la historia de un país profundo y olvidado por la justicia, en extrema pobreza.
Créanme que endilgar adjetivos de horror y demencia no son suficiente para teñir así al personaje principal. ¿Cómo se puede sentir antipatía por Oliver Twist? Sin esas últimas páginas uno corre el riesgo de entrar en confusión. Hasta que el talento de Jara no nos regale el segundo volumen (en la que relate la sangrienta historia de 1980 en adelante), no estoy seguro de recomendar este libro a jóvenes nacidos después de 1990.
La obra también nos habla de la enigmática Augusta La Torre Carrasco. Sin la camarada Norah, joven, bella y fanática, Sendero Luminoso jamás hubiera sido una organización terrorista. Ella lo hizo operativo.
En 1974 la pareja vivió en Jesús María, Residencial San Felipe (p.149).
Por supuesto, también era necesario un capítulo para Mao Tse Tung. La repulsión que genera el líder chino es inmediata. En cambio, como ya dije, habrá que esperar hasta el final del libro para recién sentir lo mismo por el camarada Gonzalo.
Leído en agosto 2021.
Jara, Umberto. Abimael. El sendero del terror. Lima, Editorial Planeta S.A., 2017.
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