22 agosto 2015

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La mañana del atentado contra Reinhard Heydrich, artífice de la Solución Final, todo pareció salir mal. Jozef Gabcik, atravesándose en el camino, logró detener el auto sin escolta. Inmediatamente extrajo de la gabardina una metralleta que alzó contra el Carnicero de Praga, pero la Stern se encasquilló antes de disparar una sola bala. Menos mal que por atrás vino Jan Kubis con una bomba que arrojó sobre el Protector de Bohemia y Moravia, pero que fue a caer a una de las llantas. El artefacto explotó y el vehículo se elevó a casi un metro para luego caer pesadamente. Y de la turbulencia de humo, polvo y ruido emergió, erguido y revolver en mano, la Bestia Rubia. Pateó la puerta desvencijada y bajó del auto apuntando a su agresor, que, estando delante de su objetivo y enfrentado a esa fracción de segundo que puede determinar la Historia en uno u otro sentido, se echó a correr como pudo escuchando a sus espaldas las balas. No mejor suerte tuvo Jan Kubis, que ya se había subido a la bicicleta sabiendo que durante los primeros diez o quince metros, en que tomaba impulso, era el hombre más vulnerable del mundo. El instinto de supervivencia lo hizo dirigirse cuesta abajo contra los pasajeros de un tranvía, que habían visto todo, con la falsa idea que un oficial de la SS tendría escrúpulos de disparar contra el escudo humano.

¿Así ocurrió? Binet se ha esforzado en documentarse y nos asegura que no hay hecho o diálogo contenido en la novela que no se haya producido en la realidad, y si en algún momento cede a la tentación de colorear alguna escena, él mismo se encarga de descubrirla, pues lejos del flaubertiano escritor invisible, el autor francés aparece a cada instante expresando sus dudas epistemológicas en medio del día a día, no ajena a sus relaciones sentimentales, las cuales terminan formando parte de su estrategia para capturarnos.

¿Qué sucedió antes y después con Heydrich y los paracaidistas? Eso es Historia.




03 abril 2015

La evitable ascensión de Arturo Ui (parábola escénica)

Inmediatamente después de leer Cabezas redondas continué con la lectura de Arturo Ui, gángster de Chicago que será reflejo de Adolf Hitler, en la que cada personaje tiene un contrapunto real, como Roma lo será de Rohm, y cada suceso una equivalencia histórica, como el incendio del almacén con el incendio del Parlamento alemán.

Empero, la impresión que tengo es que en esta obra, al igual que en Cabezas redondas, la idea no termina de cuajar. Los mecanismos de un gángster para tomar el control de una ciudad y anexar otra no termina de coincidir con los de un político para acceder al poder por voto popular, de manera tal que mejor sería ver la obra sin pensar en su reflejo real. Sin embargo, el problema continúa porque en el argumento no se encuentra una razón válida para que el Trust necesite a Arturo Ui y, así, también otras simplificaciones excesivas.

Cabezas redondas y cabezas puntiagudas o ricos con ricos se juntan (cuento de terror)

Terminada de escribir en 1934, coincidente con la ascenso de Hitler a la Cancillería (1933), las formas de cabezas representan las razas. La idea de Brecht de que el racismo nazi solo es una forma de distraer a los explotados de la lucha de clases y que, en última instancia, se supedita al poder económico, no se verificó en la Alemania hitleriana.

En la Alemania de Adolf Hitler el racismo sí fue realmente un componente superior al poder económico. No importaba si los judíos tuvieran dinero. Eso les podía permitir cierto margen de negociación, pero no el control que gozaban antes de su llegada a la Cancillería.

Si bien todas las ficciones son reductoras de por sí, esta obra no me pareció convincente, llegando a extremos, por ejemplo, en el caso del juicio.

Brecht, Bertolt. Teatro completo. Cátedra, Biblioteca Avrea, Madrid, 2006, p. 693 - 789.

El hombre que amaba los perros

Empecé a leerla en diciembre de 2014 y la terminé en enero 2015. Novela política, histórica, sumamente interesante.

"El joven había sido uno de los dos militantes del partido social-revolucionario que habían atentado contra el embajador alemán en Moscú, con la intención de boicotear la polémica paz con Alemania que los bolcheviques habían firmado en Brest-Litovsk, a principios de 1918. La víspera del juicio, después de leer unos poemas escritos por el joven, Liev Davídovich había pedido reunirse con él. Aquella noche hablaron durante horas sobre poesía rusa y francesa (coincidieron en su admiración por Baudelaire) y sobre la irracionalidad de los métodos terroristas (si con una bomba se resuelve todo, ¿para qué sirven los partidos, para qué la lucha de clases?), al cabo de las cuales Blumkin había escrito una carta en donde se arrepentía de su acción y prometía, si era perdonado, servir a la revolución en el frente que se le designara." (p. 80)