17 junio 2012

Todos los hombres del Presidente

Carl Bernstein y Bob Woodward revisando estados de cuenta bancaria, fichas bibliotecarias, viajando de un extremo al otro del país para entrevistar a diversas personas, contrastando la información con fuentes anónimas, elaborando hipótesis y teorías que se contraponen y suceden unas tras otras en el complicado rompe cabeza llamado Watergate. Todos los hombres del presidente es eso y mucho más.


El ritmo trepidante no debe confundirlo con un thriller político (aunque también puede ser leído como un artículo de mero entretenimiento). Escrito en 1974 y compuesto de dieciséis capítulos, sin títulos ni numeración, los temas surgen en él y se desplazan y retoman a velocidad realmente vertiginosa, desde el lavado de dinero hasta las prácticas antidemocráticas (que no se diferencian mucho de lo que vivimos los peruanos durante el montesinismo), aunque algunas de ellas han terminado por formar parte de la estrategia política habitual, pasando por el daño que la prensa libre puede ocasionar a gente inocente y la confrontación ética constante (donde no siempre los autores quedan bien parados).
A su vez, este libro puede ser entendido como un elogio del informante (soplón, para quien se ve afectado), una relación de prácticas periodísticas o un documento histórico - político imprescindible, que ya de por sí le tienen garantizado larga vida.

Todos los hombres del presidente pudo ser redactado de muchas maneras. Debemos agradecer a los periodistas haber optado por el enfoque personal. Tan importante como los principios y las consecuencias políticas es el desarrollo de su experiencia. Es como si nosotros, juntos con los nóveles periodistas, más que empezar una investigación, iniciáramos el aprendizaje de lo que significa ser investigador. Y para aquellos que alguna vez tuvieron la oportunidad de realizar un estudio esforzado (sin importar el campo de aplicación), significa el reencuentro con esa experiencia y sus altibajos.

El tropiezo con la noticia, sus primeras acciones y los siguientes movimientos (siempre a tientas), la exultación por los hallazgos seguida de las dudas que obligan a contrastar la información, la frustración de los callejones sin salida y la depresión de los pasos en falso, sin contar las influencias del entorno y el peso de la responsabilidad; todas las sensaciones que surgen y explotan durante la investigación comprometida (sea cual fuere el campo donde se desarrolle), mientras se aprende una suerte de ensayo y error.

Uno de los capítulos más espectaculares y aleccionadores es el Noveno, dedicado a H.R. Haldeman (que empieza con la frase “A través de Hugh Sloan, los dos periodistas sabían que la quinta persona que tenía control sobre los fondos secretos era un funcionario de la Casa Blanca”). E ingresamos a una auténtica montaña rusa. Despacio al principio, en tanto se va construyendo la noticia; pronto ésta adquiere cuerpo y velocidad y se siente la excitación de haber dado en el centro. Es necesario tomar aire para evaluar la responsabilidad de poner en blanco y negro las conclusiones (se repasa uno a uno todos los elementos, como si fueran aviadores verificando los instrumentos de control). Una vez seguros (esto es, una vez que las propias críticas no han podido derrotar las conclusiones), se ordena la impresión y se espera la recepción y la crítica.

El impacto, en aquella ocasión, fue desastroso para los periodistas. Casi, casi se siente la precipitación en caída libre. El error representa un duro golpe para el Washington Post. Surge entonces la figura de Ben C. Bradlee, Director del periódico. Tiene que decidir entre seguir siendo el líder o convertirse en un patético Poncio Pilatos. Opta por lo primero. Llama a los jóvenes periodistas, les tiende la mano y les pregunta (sin aspavientos ni poses): ¿Qué ha pasado? El capítulo termina con una relación detallada de errores que bien puede servir como advertencia para cualquier investigador.

En el capítulo Décimo los periodistas dan cuenta de una extraña ironía. Ello, los perseguidores, se ponen al mismo borde de la marginalidad legal y niegan su participación con las mismas palabras y énfasis que los perseguidos ocultan los hechos delincuenciales. Y es que durante el fragor de la investigación qué cerca nos encontramos de caer en la tentación (aunque no siempre conscientemente) de saltar los medios válidos con tal de llegar al fin. Por suerte para los periodistas, fueron detectados y neutralizados con rapidez. Definitivamente no sucedió lo mismo con los asesores presidenciales, que desde sus días universitarios venían desarrollando sin contratiempos las prácticas que luego alcanzarían escalas nacionales.

En realidad, es un libro donde todos los capítulos dan para escribir un ensayo o repensar la actividad que desarrollamos.
Bibliografía

Bernstein, Carl y Woodward, Bob. Todos los hombres del presidente. Editorial Oveja Negra, Bogotá, 1984.
Woodward, Bob. El hombre secreto (La verdadera historia de Garganta Profunda). Inédita Editores, Barcelona, 2005 (*).

(*)        Recomendamos acercarse al caso Watergate a través de este libro.

Nota

Los mismos autores escribieron juntos un segundo libro: Los últimos días, que trata de los meses finales de Richard Nixon en la Casa Blanca. Lamentablemente todavía no lo encontramos.

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