Carl Bernstein y Bob Woodward revisando
estados de cuenta bancaria, fichas bibliotecarias, viajando de un extremo al
otro del país para entrevistar a diversas personas, contrastando la información
con fuentes anónimas, elaborando hipótesis y teorías que se contraponen y
suceden unas tras otras en el complicado rompe cabeza llamado Watergate. Todos
los hombres del presidente es eso y mucho más.
El ritmo trepidante no debe confundirlo con
un thriller político (aunque también puede ser leído como un artículo de mero
entretenimiento). Escrito en 1974 y compuesto de dieciséis capítulos, sin
títulos ni numeración, los temas surgen en él y se desplazan y retoman a
velocidad realmente vertiginosa, desde el lavado de dinero hasta las prácticas
antidemocráticas (que no se diferencian mucho de lo que vivimos los peruanos
durante el montesinismo), aunque algunas de ellas han terminado por formar
parte de la estrategia política habitual, pasando por el daño que la prensa
libre puede ocasionar a gente inocente y la confrontación ética constante
(donde no siempre los autores quedan bien parados).
A su vez, este libro puede ser entendido como
un elogio del informante (soplón, para quien se ve afectado), una relación de
prácticas periodísticas o un documento histórico - político imprescindible, que
ya de por sí le tienen garantizado larga vida.
Todos los hombres del presidente pudo ser
redactado de muchas maneras. Debemos agradecer a los periodistas haber optado
por el enfoque personal. Tan importante como los principios y las consecuencias
políticas es el desarrollo de su experiencia. Es como si nosotros, juntos con
los nóveles periodistas, más que empezar una investigación, iniciáramos el
aprendizaje de lo que significa ser investigador. Y para aquellos que alguna
vez tuvieron la oportunidad de realizar un estudio esforzado (sin importar el
campo de aplicación), significa el reencuentro con esa experiencia y sus
altibajos.
El tropiezo con la noticia, sus primeras
acciones y los siguientes movimientos (siempre a tientas), la exultación por los
hallazgos seguida de las dudas que obligan a contrastar la información, la
frustración de los callejones sin salida y la depresión de los pasos en falso,
sin contar las influencias del entorno y el peso de la responsabilidad; todas las
sensaciones que surgen y explotan durante la investigación comprometida (sea
cual fuere el campo donde se desarrolle), mientras se aprende una suerte de
ensayo y error.
Uno de los capítulos más espectaculares y
aleccionadores es el Noveno, dedicado a H.R. Haldeman (que empieza con la frase
“A través de Hugh Sloan, los dos periodistas sabían que la quinta persona que
tenía control sobre los fondos secretos era un funcionario de la Casa Blanca”).
E ingresamos a una auténtica montaña rusa. Despacio al principio, en tanto se
va construyendo la noticia; pronto ésta adquiere cuerpo y velocidad y se siente
la excitación de haber dado en el centro. Es necesario tomar aire para evaluar la
responsabilidad de poner en blanco y negro las conclusiones (se repasa uno a
uno todos los elementos, como si fueran aviadores verificando los instrumentos
de control). Una vez seguros (esto es, una vez que las propias críticas no han
podido derrotar las conclusiones), se ordena la impresión y se espera la
recepción y la crítica.
El impacto, en aquella ocasión, fue
desastroso para los periodistas. Casi, casi se siente la precipitación en caída
libre. El error representa un duro golpe para el Washington Post. Surge
entonces la figura de Ben C. Bradlee, Director del periódico. Tiene que decidir
entre seguir siendo el líder o convertirse en un patético Poncio Pilatos. Opta
por lo primero. Llama a los jóvenes periodistas, les tiende la mano y les
pregunta (sin aspavientos ni poses): ¿Qué ha pasado? El capítulo termina con
una relación detallada de errores que bien puede servir como advertencia para
cualquier investigador.
En el capítulo Décimo los periodistas dan
cuenta de una extraña ironía. Ello, los perseguidores, se ponen al mismo borde
de la marginalidad legal y niegan su participación con las mismas palabras y
énfasis que los perseguidos ocultan los hechos delincuenciales. Y es que
durante el fragor de la investigación qué cerca nos encontramos de caer en la
tentación (aunque no siempre conscientemente) de saltar los medios válidos con
tal de llegar al fin. Por suerte para los periodistas, fueron detectados y
neutralizados con rapidez. Definitivamente no sucedió lo mismo con los asesores
presidenciales, que desde sus días universitarios venían desarrollando sin
contratiempos las prácticas que luego alcanzarían escalas nacionales.
En realidad, es un libro donde todos los
capítulos dan para escribir un ensayo o repensar la actividad que desarrollamos.
Bibliografía
Bernstein,
Carl y Woodward, Bob. Todos los hombres del presidente. Editorial
Oveja Negra, Bogotá, 1984.
Woodward, Bob. El hombre secreto (La
verdadera historia de Garganta Profunda). Inédita Editores, Barcelona, 2005 (*).
(*) Recomendamos
acercarse al caso Watergate a través de este libro.
Nota
Los mismos autores escribieron juntos un
segundo libro: Los últimos días, que trata de los meses finales de Richard
Nixon en la Casa Blanca. Lamentablemente todavía no lo encontramos.
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